Homily of Cardinal Justin Rigali
Pastoral Visit to the Cathedral Parish
The Chapel of La Milagrosa
March 4, 2007
Muy Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,
Hace nueve años en mil novecientos noventa y ocho, en la ciudad de Roma, el muy amado Papa Juan Pablo Segundo comenzó su homilía diciendo lo siguiente: "En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a meditar en la sugestiva narración de la Transfiguración de Jesús. En la soledad del monte Tabor, presentes Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese importante acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Hijo de Dios, que le pertenece. Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. Aparecen Moisés y Elías, que conversan con él sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección.
"En la Transfiguración se hace visible por un momento la luz divina que se revelará plenamente en el misterio pascual. El evangelista san Lucas subraya que ese hecho extraordinario tiene lugar precisamente en un marco de oración: ‘Y, mientras oraba,’ [dice la Sagrada Escritura], ‘el rostro de Jesús cambió de aspecto (cf. Lc 9, 29).’ A ejemplo de Cristo, toda la comunidad cristiana está invitada a vivir con espíritu de oración y penitencia el itinerario cuaresmal, a fin de prepararse ya desde ahora para acoger la luz divina que resplandecerá en Pascua."
Para nosotros, fieles cristianos del siglo veintiún aquí en la ciudad de Filadelfia, y sobre todo, para nosotros creyentes hoy día en esta capilla de la Señora de la Medalla Milagrosa, tenemos la oportunidad aceptar la misma invitación que el Papa Juan Pablo Segundo ofreció hace nueve años. Estamos invitados de transfigurar nuestras vidas en esta santa estación de cuaresma. En el Misterio de la Transfiguración realizado en Jesús, vemos la glorificación de la naturaleza humana, elevada por Dios a la intimidad más profunda, en la caridad sin límites, con la naturaleza divina misma. Jesús queda totalmente transfigurado: la gloria de la divinidad se refleja, resplandeciente, en su rostro y en todo su ser. No obstante, se trata aquí de una señal, a los hombres y mujeres llamados a Dios para compartir con El su bondad sin fin. Y compartimos cada vez que imitamos a Jesús y nos ponemos a orar.
En la liturgia de hoy, la Iglesia nos muestra que Dios quiere la salvación de todo hombre y mujer que El creó en el Amor. Esto es cierto y así lo será hasta el fin del mundo. Pero, ¿quién quiere seguir al Señor hasta el oprobio de la Cruz del Calvario, para recibir en tal modo la gloria de la Resurrección en el Espíritu Santo? ¿Qué hombre, qué mujer, habla con Jesús en la Santa Comunión, pidiéndole en el silencio de su corazón que se le concedan las gracias necesarias para llevar su cruz todos los días?
La Santa Eucaristía nos presenta la oportunidad de una Transfiguración diaria: ¡la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo! Mediante ella, nosotros somos ya glorificados y transfigurados con Cristo, caminando paso a paso en el camino, a veces dulce, otras veces espantoso, de nuestra vida en la tierra. Mediante el misterio de la Transfiguración, en la presencia de Moisés y Elías, Jesús quería mostrarles a los apóstoles por adelantado lo que sería la gloria de su Resurrección. De ese modo, ellos serían capaces de soportar mejor la prueba de la Cruz y la Pasión de su Maestro. Del mismo modo nosotros podemos recibir en la Santa Eucaristía a Jesús resucitado para llevar mejor nuestra cruz de cada día.
La Santísima Virgen María ha vivido este Misterio de la Transfiguración de una manera muy particular: durante nueve meses ella llevó a Jesús dentro de sí y disfrutó de una intimidad única con su Hijo Divino. Pidámosle a Jesús de hacernos partícipes de aquella felicidad cada vez que comulguemos con Él en la Eucaristía, ¡que venga a nosotros para transfigurarnos en Él!
Recordemos también hoy la importancia de la devoción a la Señora de la Medalla Milagrosa en cuya capilla celebramos esta Santa Misa hoy. Recordemos que El veintisiete de noviembre de mil ochocientos treinta, a las cinco y media de la tarde, estando en oración en la capilla del convento, Santa Catalina Labouré ve en el sitio donde estaba actualmente la Virgen del globo, a la Virgen María totalmente resplandeciente, derramando de sus manos rayos hermosos de luz hacia la tierra. Ella le encomendó a Santa Catalina que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado la inicial de la Virgen M, y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración. La identidad de María se nos revela aquí explícitamente: la Virgen María es inmaculada desde su concepción. De este privilegio que ya le viene de los méritos de la Pasión de su Hijo Jesucristo, emana su inmenso poder de intercesión que ejerce para quienes le dirigen sus plegarias. Por eso la Virgen María invita a todas las personas a acudir a ella en cualquier problema.
Quisiera terminar mi mensaje de hoy parafraseando las últimas palabras de la homilía de Papa Juan Pablo Segundo a la cual hice referencia al comenzar mi homilía hoy: Pidámosle a María, Virgen de la Medalla Milagrosa, que como Abraham creyó contra toda esperanza, nos ayude a reconocer en Jesús al Hijo de Dios y al Señor de nuestra vida. A ella le encomendamos la Cuaresma, para que sea llena de momentos privilegiados de gracia y que de abundantes frutos, no sólo para la comunidad cristiana sino también para todos los habitantes de nuestra ciudad, nuestro país, nuestra arquidiócesis, nuestro mundo y especialmente para nuestra santa Madre Iglesia.