Homily of Cardinal Justin Rigali
Mass during Puerto Rican Week
Cathedral Basilica of Saints Peter and Paul
Thursday, September 23, 2004
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Es para mí una profunda alegría, como Arzobispo de esta bella Arquidiócesis de Filadelfia, el celebrar, por primera vez, esta Eucaristía en ocasión de la celebración anual del Festival Puertorriqueño y en particular, la celebración del aniversario de los cincuenta años de la fundación de la Oficina para Hispanos Católicos. Deseo reconocer la presencia de mis hermanos sacerdotes, que luchan diariamente para servir a la comunidad hispana a través de sus parroquias, predicando la Palabra de Dios y haciendo a Cristo presente en la Eucaristía, así como en los múltiples programas pastorales que ellos establecen para fomentar la vida de fe y espiritualidad en sus comunidades. Agradezco también la presencia de nuestros diáconos hispanos, que trabajan tan generosamente en sus comunidades parroquiales, ayudando a sus sacerdotes y sirviendo a sus necesidades, tanto espirituales como temporales. El ministerio hispano de nuestra Arquidiócesis es también bendecido por el trabajo pastoral de religiosas y religiosos, que son para todos nosotros testigos de los valores evangélicos a través de su entrega al pueblo de Dios y de su apostolado en la Iglesia.
Y doy gracias a Dios por todos ustedes, los fieles católicos de la comunidad hispana de Filadelfia, que dan testimonio de su gran amor por Cristo y su Iglesia a través de su presencia aquí en esta catedral, como también por todo lo que hacen en sus comunidades parroquiales y en sus familias para extender el Reino de Dios. Ustedes son para la Iglesia de Filadelfia una gran bendición y motivo de profunda esperanza. Sepan todos ustedes que ocupan un lugar especial en mi corazón y en mis oraciones.
Esta semana, el pueblo de Puerto Rico se viste de gala al celebrar en Filadelfia, el Festival Puertorriqueño. Desde los años cincuenta, miles de puertorriqueños han venido a esta ciudad a vivir y a contribuir con sus talentos, su trabajo y la belleza de su cultura, a la vida de nuestra sociedad y de la Iglesia. Su alegría, su amor por la vida, su cultura y su música nos han enriquecidos a todos.
En los últimos años, se han unido a ustedes hispanos muchos de otros países latinoamericanos que se encuentran hoy presentes entre nosotros, celebrando la hispanidad y la fe que los une. Su presencia entre nosotros ha enriquecido nuestra apreciación de la cultura hispana, pues ella es bendecida por la diversidad y a la vez, unida a través de una lengua común, y más aun, a través de la fe católica que forma una parte esencial de la vida de la mayoría de los hispanos. Los obispos de los Estados Unidos en su Carta Pastoral, «Encuentro y Misión», publicada hace dos años, nos hablan de la cultura hispana, una cultura que nació católica: Desde que los primeros misioneros españoles trajeron la fe católica al nuevo continente, muchos de los valores del Evangelio y las tradiciones de la Iglesia se fueron inculturando en el pueblo nuevo de Amrica Latina. Estos valores incluyen una profunda fe en Dios, un fuerte sentido de solidaridad, una auténtica devoción mariana, y una rica religiosidad popular. Los hispanos tienen un profundo respeto por la persona humana y le dan más valor a las relaciones que a los trabajos o posesiones. Las relaciones personales son el núcleo de una espiritualidad de encuentro y de la necesidad de desarrollar fuertes vínculos familiares, comunitarios, y parroquiales. Los hispanos entienden que la cultura es parte integral de la persona humana y, por tanto, ésta debe ser respetada y honrada.
Uno de los desafíos actuales de la Iglesia consiste precisamente en preservar esta identidad católica de todo latinoamericano, especialmente aquellos que han dejado su tierra natal y han inmigrado en nuestro país en busca de mejorar las condiciones de vida para ellos y sus familias.Luchemos todos juntos por solidificar la fe católica en nuestros corazones, especialmente en los corazones de la juventud, para continuar siendo testigos de Cristo para el mundo que nos rodea y fomentar en nuestra sociedad los valores humanos y cristianos que forman parte de la hispanidad. Estos valores son para toda la Iglesia, y en particular en nuestra Arquidiócesis, causa de mucho orgullo.
Desde el año mil novecientos nueve, la Iglesia en Filadelfia ha servido arduamente a la comunidad hispana, comenzando con la fundación de la muy querida y venerada capilla «La Milagrosa». Con el pasar de los años, hemos visto el número de los hispanos crecer en nuestra Arquidiócesis. Ella, en distintos momentos y en distintas formas, ha respondido a este crecimiento estableciendo misas en español en sus parroquias, programas de formación, servicios sociales e investigaciones pastorales, siempre buscando cómo mejor servir a los hispanos. Hoy celebramos un gran logro en este empeño de la Arquidiócesis de servir a los hispanos. Hace cincuenta años, en el mil novecientos cincuenta y cuatro, su eminencia el cardenal John O’Hara, estableció la Oficina para el Apostolado Hispano, hoy conocida como la Oficina para Hispanos Católicos.
Sacerdotes, religiosas, religiosos, y laicos han servido fielmente en esta oficina a través de los años, planificando el desarrollo pastoral de la comunidad hispana, formando líderes para servir al nivel parroquial y continuamente luchando para que el pueblo hispano tuviera una voz dentro de la Iglesia y la sociedad. Muchos de estos servidores se encuentran entre nosotros esta noche, y agradecemos profundamente su gran amor por el pueblo hispano y por todo lo que han hecho y continúan haciendo en beneficio de ustedes. Otros nos han precedido al encuentro con Dios, como nuestro querido monseñor Tomás Craven, quien falleció este año. Durante ocho años, el monseñor Craven trabajó sacrificadamente en la Oficina para el Apostolado Hispano, dando de su tiempo y energía para que el pueblo hispano pudiera salir hacia delante.
Hoy, la Oficina para Hispanos Católicos bajo la dirección de la señora Anna Vega y su asistente, la señora Blanca Herrera, continúa esta misión entre los hispanos y ocupa un papel importantísimo en el continuo desarrollo de la respuesta pastoral al número creciente de hispanos en la Arquidiócesis. Hoy, los pioneros de la presencia hispana en Filadelfia, la comunidad puertorriqueña, se empeña en darle la bienvenida a los miles de latinoamericanos que forman parte de nuestra familia arquidiocesana, construyendo sobre los mucho logros que forman parte de la historia de los últimos cincuenta años de ministerio hispano. Y la Iglesia en Filadelfia continúa comprometida a servir a los hispanos, no sólo conociendo el desafío que esto presenta, sino reconociendo la gran bendición que los hispanos son para toda la Iglesia.
Mis queridos hermanos y hermanas, hoy los desafíos son muchos y la misión encomendada a nosotros como Iglesia es grande. El modelo de nuestro ministerio eclesial ha de ser nuestra Bendita Virgen María, quien frente a su misión, se refugió en su fe en Dios y en su vida de oración; siempre dispuesta a cumplir la voluntad de Dios, siempre dispuesta a servir a los demás, y siempre dispuesta a sufrir por una causa mayor. En el Evangelio de san Lucas, que hemos escuchado esta noche, vemos a la Virgen encaminada hacia la casa de su prima Isabel a compartir la presencia de Aquél que cargaba en su vientre, Cristo, el Mesías. Su espíritu, lleno de alabanzas para Dios, confiando en que Aquél, que había hecho grandes cosas en ella, lo haría también para todo su pueblo. Este ha de ser nuestro espíritu también: encaminados a visitar a aquellos que viven en torno a nosotros, a compartir la alegría del Cristo que llevamos en nuestro corazón. Este Cristo que busca lo que está perdido, este Cristo que busca sanar y consolar al que está sufriendo, este Cristo que busca ser luz para aquellos que se encuentran en la oscuridad. Nosotros, como Iglesia, somos Su cara, Sus ojos y Su voz.
¿Y dónde se encuentra la fuente de la gracia y fortaleza para nosotros? En la Eucaristía, la real presencia de Cristo Jesús entre nosotros. Nuestro Santo Padre Juan Pablo II, ha establecido el año especial de la Eucaristía, comenzando con el Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará el próximo mes de octubre en Guadalajara, México, y concluirá con la próxima Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos en el Vaticano en octubre del dos mil cinco.
Los exhorto a todos a que profundicen en su apreciación y amor por la Eucaristía, buscando tiempo para orar ante la presencia del Santísimo por las necesidades de la Iglesia, y en particular por nuestra familia arquidiocesana; les pido encarecidamente que oren a Jesús Sacramentado por el aumento de vocaciones sacerdotales y religiosas, especialmente entre la comunidad hispana; y les pido que oren a Jesús en la Eucaristía también por mí. Que Dios los bendiga a todos, y que Nuestra Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de la Divina Providencia, los acompañe y los sostenga con su intercesión.